Nadal levantó seis títulos, cinco de ellos en tierra batida, en un 2007 en el que tuvo que disputar Roland Garros infiltrado por el síndrome de Müller-Weiss
La regularidad lo es todo cuando alcanzas la élite deportiva. Nadal, tras su gran explosión en 2005, año en el que se hizo con 11 trofeos, supo mantenerse. Las lesiones no le permitían tener la constancia competitiva que al le hubiera gustado, pero un 80% de Rafa era más que suficiente para vencer a gran parte del circuito. Quedó más que demostrado en el 2007, temporada en la que, pese a llegar a todos los Grand Slams entre algodones, disputó las finales de Roland Garros y Wimbledon. Una salió cara y la otra cruz, pero cada vez estaba más cerca de ganar lejos de la Philippe Chatriér.
Su temporada empezó de la misma forma que terminó la pasada: renqueante. Quiso jugar dos torneos antes del Australian Open y, lo cierto, es que le aportaron más problemas que soluciones. Cayó en semifinales de Chennai ante un jugador como Malisse, muy inferior al balear sobre el papel. En Sydney se tuvo que retirar por molestias en el abductor derecho. A una semana de la gran cita si quiera se sabía si podría competir en Melbourne. Y, aunque sí que lo hizo, la limitación física se notó con el paso de las jornadas. Cayó de forma contundente en los cuartos de final ante el chileno Fernando González.
Tierra batida, bendita superficie
Le seguía costando a Nadal adaptarse a los cambios del 2007. Pero, es acercarse la tierra batida, y se transforma, se convierte en un extraterrestre. Ganó Indian Wells sin dejarse ni un solo set y llegó a la cuartos de final de Miami. En ambos torneos se vio las caras con un tal Novak Djokovic, un joven serbio que comenzaba a destacar por aquel entonces. De estar justo tanto físicamente como a nivel de juego a iniciar la gira de tierra batida pletórico de confianza. Vaya si se notó el cambio. Cuatro títulos y una final en cinco torneos disputado o, lo que es lo mismo, 26 victorias en 27 partidos.
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Montecarlo, como siempre, fue el origen de la racha y Roland Garros, cómo no, la guinda del pastel. Entre medias, Barcelona y Roma cayeron de su lado de la balanza, mientras que, en Hamburgo, Federer aprovechó unas condiciones más propicias a su estilo. Sus números son todavía más sorprendentes si se analizan de forma detallada. De los 27 partidos mencionados, tan solo en cuatro le hicieron un set, contando en el que cae ante Federer. El suizo, en Roland Garros, Hewitt, en Hamburgo, y Davydenko, en Roma, fueron los otros privilegiados.
Para la gira de hierba emuló la estrategia del 2006, acudiendo a Queens a modo de preparación para Wimbledon. Cayó en cuartos con Mahut, pero las sensaciones eran mejores que la pasada temporada. Había dado un paso adelante en cuanto a juego en hierba, era más incipiente, más agresivo. Siguió sin ser suficiente para derrocar a Roger en su segunda casa, en el All England Club. Se citaron de nuevo en la final y, aunque Nadal lo acarició con la punta de los dedos, los detalles marcaron la diferencia. Le pesaron la presión y los nervios al balear en la decisiva quinta manga.
Una tendinitis condiciona el reto del año
Uno de los grandes objetivos marcados por Rafa de cara a aquella temporada de 2007 era evitar el usual bajón que daba después de Wimbledon. De primeras, lo consiguió. Regresó a la tierra batida de Stuttgart para sumar el sexto trofeo a su vitrina, pero, una vez abandonado el polvo de ladrillo forma definitiva, tan solo pudo pisar una final. Djokovic lo apartó de nuevo de la lucha por el Masters 1000 de Miami, mientras que en Miami se tuvo que retirar por una tendinitis. Otro infortunio que le dejaba a cuadros antes del US Open.
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Incansable en sus metas, dio la cara en Nueva York hasta que se encontró con un rival de entidad. Ferrer, en octavos, no le otorgó opción alguna. Paró un mes. Necesita un reseteo y qué mejor forma que volver en Madrid. Perdió ante Nabaldian en cuartos, pero al menos el físico le respetaba. El argentino, que pasaba por su mejor años en el circuito, también le dio un repaso en la final de París-Bercy dos semanas más tarde. Y, es que, Davis cuajaría un final de temporada excelso, culminándolo en la Copa de Maestros. Allí, Nadal se volvió a chocar con el muro de Federer en semifinales. Un año de altibajos, de claroscuros que, mirándolo con perspectiva, se convirtió en la antesala de una de las mejores temporadas de la historia del deporte.
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