El año en el que el mundo se detuvo por culpa de la pandemia, la tierra batida parisina hizo lo propio para rendirse por decimotercera vez a Nadal
Lo difícil no es llegar, es mantenerse. Nadal ha tenido que lidiar con diferentes generaciones, con diferentes estilos de juego y, de todos ellos, ha salido indemne. Han sido múltiples los factores que le han obligado a parar en diferentes puntos de su carrera. Las lesiones fueron el principal motivo en la mayoría de las ocasiones, pero la pandemia del Covid-19 también le afectó. E, incluso en ese punto, en el de tener que jugar Roland Garros en otoño y bajo techo, Rafa supo sacar petróleo de cada movimiento. En sus últimos años mejoró su servicio, aprendió a jugar más directo y agresivo, pero, en 2020, la lucha fue también contra lo extradeportivo.
El nuevo formato de la Copa ATP, en enero, le sirvió de pretemporada. Encuentros de características de todo tipo y ante rivales de ránkings muy diversos que, a fin de cuentas, valían para coger ritmo. Aterrizó en Melbourne mejor que en otras ocasiones y, tras derrocar a Kygrios en octavos, parecía que podía estar en la terna por el título. Sin embargo, Thiem aparecería para robarle por completo la ilusión. Más de cuatro horas de choque en el que el austriaco se acabó llevando el gato al agua en una asfixiante cuarta manga. Por raro que pueda parecer, los detalles desequilibraron la balanza hacia el lado del oponente del español.
Una situación de emergencia
Ganó en Acapulco antes de que el mundo se parase por completo en marzo de 2020. Una pandemia que, en aquel momento, parecía más ficticia que real, nos obligó a confinarnos y a frenar cualquier actividad. El deporte, como se dice, es lo más importante de lo menos importante. Es por ello por lo que se tardó mucho en volver a jugar. Y, llegado ese punto, eran muchas las decisiones a tomar. Roland Garros y el US Open prácticamente se solaparon en el calendario y Wimbledon tomó la decisión de suspender el torneo por primera vez desde 1945, por causas más que obvias.
Fuente: Photo by Clive Brunskill/Getty Images
El panorama era el siguiente: Roland Garros se disputaría en otoño, con mucha humedad, unas pelotas muy pesadas y bajo techo. Es decir, condiciones totalmente desfavorables al estilo y juego de Nadal. Además, la derrota en Roma ante Schwartzman agregaba una dosis extra de pesimismo si cabe. El español dejó muy claro en la previa que, fueran cuales fueran las circunstancias, el estaba en París para luchar. Vaya si lo hizo. Llegó a la final con cierta comodidad, disputando los cuartos de final frente a Sinner como anécdota.
Djokovic esperaba en la gran final. El día lluvioso en París obligaba a que se disputase el partido bajo techo. Novak parecía ser el favorito y su entrenador, Goran Ivanisevic, declaraba en la previa que «Nadal no tenía posibilidades» frente a su pupilo. Dar por muerto a Nadal de normal ya es arriesgado y hacerlo en Roland Garros es, simplemente, indecente. El balear apenas tardó media hora en explicar los motivos por los cuales siempre se le debe considerar favorito. Paliza de principio a fin con rosco incluido que dejó a los poco que pudieron estar en las gradas perplejos.
Poco más que añadir
No viajó a Nueva York, pues necesitaba descanso. Aquel US Open estaría marcado por el pelotazo involuntario de Djokovic a un recogepelotas que acarrearía la descalificación del serbio. Thiem, el más listo de la clase, aprovecharía la oportunidad para convertirse en el primer jugador de los denominados Next Gen en levantar un grande. Rafa, por su parte, tan solo disputaría dos torneos más en 2020 sin resultados significativos. Semifinales en París-Bercy, donde cayó ante Zverev y misma ronda en la Copa de Maestros. En aquella ocasión Medvedev sería su verdugo.
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