El pie izquierdo de Nadal recayó en 2021 en la denominada enfermedad de Muller-Weiss, dando paso a las últimas temporadas de su carrera
La edad y el físico no perdonan. Y, por mucho que el nivel fuese más que suficiente para mantenerse en la élite, el cuerpo le dio el primer gran aviso a Nadal en 2021 de que el final estaba cerca. La gestión y la selección de torneos se convirtió en una tarea tan importante como el pulido de los detalles, pues la fatiga era un elemento más de su juego. Eso, sumado al regreso de los fantasmas del pasado en forma de síndrome de Muller-Weiss, hicieron de la temporada de Rafa una absoluta película de terror. No por lo larga que fue, sino por lo dolorosa, pues tuvo que decir adiós en agosto.
El primer síntoma de que algo estaba cambiando se dio en Melbourne, en los cuartos de final del Open de Australia. Nadal, después de una muy buena primera semana, se veía las caras con Stefanos Tsitsipás, jugador al que le tenía tomada la medida. Todo marchaba viento en popa a toda vela hasta la tercera manga. La derecha cruzada del balear hacía muchísimo daño al revés a una mano del heleno y el choque parecía abocado a finalizar por la vía rápida. Sin embargo, lo más sorprendente fue la nula reacción de Rafa ante el despertar del ateniense. Le levantó los dos sets de ventaja (el tercero de la historia en conseguirlo) y, con una grada perpleja, selló su pase a semifinales.
Vuelta a la tierra batida
«He pasado los últimos días sufriendo y sin poder entrenar a la intensidad que me hubiera gustado. No obstante, llevo un buen bagaje detrás. Si no me limita en cuanto a libertad de movimiento y gano partidos, puede que recupere la confianza», decía Nadal en el media day del Open de Australia. Y, lo cierto, es que en esa quinta manga frente a Tsitsipás se le vio claramente mermado. Concienciado de que su verdadera batalla llegaría en la gira de tierra batida, optó por parar y recuperarse por completo. Puso toda su atención en la arcilla y, tres meses más tarde, reapareció en Montecarlo.
Fuente: Photo by Clive Brunskill/Getty Images
La falta de competitividad y ritmo era evidente. Le pasó factura. En cuanto tuvo enfrente a un jugador de talla mundial se deshizo cual azucarillo en agua. Rublev, un jugador que suele sufrir en la superficie anaranjada, le pasó por encima. No iba a ser una gira sencilla para el balear, sino una maratón con el objetivo de llegar lo mejor posible a la meta. Y, es que, hasta Roma no levantó ni un título. Stefanos, una vez más, le dejó entrever en Barcelona que estaba todavía muy lejos de su mejor nivel, mientras que Zverev se encargó de dar cuenta de él en Madrid. En la capital se dio una circunstancia muy especial, el primer Nadal-Alcaraz de la historia, justo en el día que Carlitos cumplía 18 años.
Roma, una vez más, supuso una dosis de motivación previa a Roland Garros. En el Foro Itálico sí que sacó un gran nivel, derrocando a Djokovic en la final. Pese a ello, aterrizó en París algo renqueante, con molestias y mucha fatiga acumulada. Novak, más entero, le dio de su propia medicina en semifinales. Con la final del año anterior en el recuerdo de todos, el serbio dio un absoluto clinic de cómo jugar a Rafa en la Philippe Chatrier. Aun con esas tuvo que sufrir lo indecible para lograr derrocarlo, pero lo hizo. El balear cayó, por tercera vez en su carrera, en la arcilla parisina.
Otra vez el pie izquierdo
Rafa, tras Roland Garros, dijo basta. Necesitaba un descanso y, muy a su pesar, eso conllevaría perderse Wimbledon y los Juegos Olímpicos. «La gira sobre tierra batida ha sido muy dura, con mucha presión física y mental. Rafa ha terminado exhausto. Rafa hace dos años llegó a un punto de gran cansancio mental del que fue muy difícil salir y ahora ha interpretado que estaba cerca de eso de nuevo. Él no puede permitirse a un Grand Slam si no está al 100%, por todo lo que implica su imagen, por prestigio y por cómo es», explicó Carlos Moyá en su momento. Quizás lo que no se esperaba es que, en su vuelta, el síndrome de Muller-Weiss reapareciese.
Fuente: Photo by Mitchell Layton/Getty Images
Regresó al circuito en Washington después de casi tres meses alejado del foco mediático. Un gran Lloyd Harris, en segunda ronda, le mandó un aviso de que no iba a ser todo coser y cantar si quería llegar preparado al US Open. El Grand Slam neoyorquino era, a fin de cuentas, el gran objetivo de Nadal en esta segunda parte de la temporada. Sin embargo, en la capital norteamericana se hizo daño en su pie izquierdo, siendo las consecuencias importantes. El síndrome de Muller-Weiss, enfermedad degenerativa, ese que apunto estuvo de truncar su carrera en 2005, reaparecía para hacerle perder lo que restaba de temporada. «Estuve una semana sin poder subir las escaleras«, reconoció a posteriori. El fin se acercaba, pero nadie podía predecir lo que le esperaba en el inicio de la siguiente temporada.
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