Nadal, en 2015, mantuvo la mala dinámica de finales de 2014 y tan solo levantó tres títulos de menor entidad
La vida de un deportista está marcada por los altibajos, por los claroscuros. Una vez se retira tan solo se recordarán sus momentos más álgidos, aquellos que se quedaron en la retina de todos los aficionados, incluso de los más desinteresados. Sin embargo, ninguno de ellos habría alcanzado el éxito de no ser por los años y temporadas malas, de las lecciones aprendidas a través de las derrotas. El 2015 de Nadal es el ejemplo perfecto de ello, el año en el que Rafa fue incapaz de, por unos motivos u otros, sacar su mejor versión. Tan solo tres títulos, dos ATP 250 y un ATP 500 que, viniendo de lo que venía, saben a poco.
Muchas veces se dice que lo que mal empieza mal acaba. Y, en este caso en concreto, fue cierto. El balear arrancó su temporada cayendo en la primera ronda de Doha, torneo de preparación de cara al Open de Australia. La inesperada derrota ante el alemán Berrer le hizo llegar con lo justo a Melbourne y, en cuanto se enfrentó a un jugador top, le encontraron las cosquillas. Berdych fue el encargado de vestirse de verdugo. El checo pasó por encima de Rafa en todo momento, llegando incluso a endosarle un rosco en la segunda manga. Circunstancia ciertamente complicada de ver.
Ni la tierra batida ayuda
Necesitaba coger ritmo Rafa, sumar horas en pista. Qué mejor manera que hacerlo sobre tierra batida, debió pensar. Y, por ello, acudió a algunos torneos de la tradicional gira latinoamericana. En el primero, en Río de Janeiro, un gran Fognini le despachó en tres mangas. El italiano, con ese estilo tan pasota como efectivo, también le haría morder el polvo un mes más tarde en Montecarlo. Buenos Aires, la capital argentina, sí que le vio volver a sonreír a costa de que se deshiciese, uno por uno, de todos los aspirantes locales que trataban de desbancarle.
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Tratando de mantener la dinámica acudió a Indian Wells y Miami. Pero, en ninguno de los dos casos, consiguió sacar su mejor tenis. Raonic, en el primero, y Verdasco, en el segundo, lo mandaron camino a vestuarios antes de tiempo. No era la primera vez que Nadal llegaba poco rodado y sin grandes sensaciones a la gira europea. Sin embargo, en 2015 no supo darle la vuelta a la tortilla y las derrotas cayeron por su propio peso. Djokovic en Montecarlo, Murray en Madrid y Wawrinka en Roma. Tres rivales de entidad, pero que en otras temporadas no le hacían sombra sobre arcilla.
Quedaba Roland Garros, su torneo fetiche. Ganar un Grand Slam, aunque no consigas nada en los once meses restantes, maquilla tu temporada por completo. Ni en el jardín de su casa pudo brillar Nadal en aquel 2015. Una vez llegaron los `coco´ y, de nuevo, Djokovic se interpuso en su camino, el español se quedó sin respuesta. Derrota en tres mangas, la segunda en todas su carrera sobre la tierra parisina. Fue diferente a la de Soderling, pues esta vez no se trataba de un día aislado, sino de una acumulación de sensaciones que le convertían en peor jugador que el serbio en dicho momento.
Sin cambios en el horizonte
Poco se podía esperar de la hierba cuando no había sacado su mejor tenis en tierra batida. Sin embargo, el primer torneo al que acudió lo ganó. En Stuttgart, ante rivales de un nivel inferior, volvió a conocer lo que es levantar el trofeo pesado en la jornada dominical. Se quedó en algo anecdótico, asintomático, pues ni en Queens, ni en Wimbledon alcanzó las rondas finales. Es más, su derrota en el All England Club ante Dustin Brown tuvo mucho impacto mediático. El número 102 del mundo jugó a un nivel inentendible aquel día y, debido a su estilo extrovertido, llamó la atención de los medios.
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De nuevo trató de refugiarse en la tierra batida para recuperar la confianza y, en Hamburgo, levantó su tercer torneo del año. Tercero y último, pues a partir de ahí su temporada fue en declive. Época de pista dura norteamericana con la tercera ronda del US Open como mejor resultado y una recta final en la que, a ratos, dio visos de mejoría. Finales en Pekín y Basilea en las que, pese a quedarse a años luz de Djokovic y Federer, al menos compartió escenario. Esos punto le permitieron acudir a una Copa de Maestros en la que, una vez más, pasó desapercibido.
Expertos y aficionados se preguntaban qué era lo que le pasaba a Rafa. Trataban de analizar su juego, la evolución del tenis y los posibles impactos en el estilo de Nadal. Sin embargo, fue el mismo quién lo explicó a finales del 2015. La razón no estaba en sus manos, sino en su cabeza. «Uno de mis puntos fuertes durante toda mi carrera ha sido mi fuerza mental. Durante este año no he sido capaz de encontrar esa consistencia pero he empezado a tenerla de nuevo ahora. Tengo más autoconfianza», expresó el de Manacor por aquel entonces.
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